martes, 3 de noviembre de 2009

Despertares

Estás aquí obligado, en una vida salpicada de indecencias, de baratijas, como tus muertos clavados en los muros, pretenciosos, escupiéndote desde el cielo raso. ¿Y si un letargo insólito fuese escarcha que acaricia tus rodillas, dejándolas inmóviles, como un buque encallado?

Entonces no habría por qué salir si los días encandilan más de la cuenta. Mejor te quedas en tu casa, bajo la cama, con tus ojos que se inmolan, con tus ojos que sólo ven partículas de un polvo infinitesimal.

Y aquello no es más que tu larga vida desintegrada. No es más que tus tripas errabundas que en cada desaire encuentran comida de sobra. Un banquete en honoris causa que al final vomitas a lo largo de las estaciones. Entonces todo te huele a algo más, a algo que no conoces, pero enfermizo, como el sol que alarga tus sombras.

Estás ahí tirado, grandísimo viviente, pero no te levantes, ni siquiera lo intentes, o serás la copia exacta de tu tumba.

Un días más, ciento treinta semanas, para qué… ¿Qué pretendes mirando de ese modo? ¿Bailar y bailar en tu rito africano? ¿Rumiar tus babas como la más estúpida de las vacas? ¿Reír como un mono, gritar como la urraca, arrancarte el pelo a tirones, sacarte los ojos y atragantarte con tu propia legua?

En realidad sólo vas a pudrirte, pudrirte hasta la médula, aún creyendo, nausea ignorante, que te queda el tiempo por delante. No olvides que eres la carne que comes en tus festejos, aquella misma crudeza. Porque esto se trata de carne, de carne y de nada más, y nunca, entiéndelo bien, nunca tuviste un brillo inusual en los ojos.

Mejor vuelve a los subsuelos y cultiva tus espinas. Mantén la vista firme en el vacío; no te tientes, no vaciles, no hay por qué subir el monte. Tras la niebla, a tus espaldas, la noche está tapizada de más niebla y tus huesos ya están listos. Me miras como el cíclope, te encojes, te vas chupando como una bota tirada al sol. Eres el hedor, la levedad, la inocente mierda extraviada en cerros y cerros de olvido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De pie, caminando entre las gentes; horizontalmente derrumbado, oculto entre cuatro paredes; o felizmente arropado por tierras movedizas; da igual, es el mismo cadáver que pestilente, ignora que la náusea que siente proviene de su propio hedor.
Y atrapado entre los improperios que le regalan, inutilmente, dos bandos enemigos: los que efectivamente abandonaron la fe y se quedaron, y aquellos que llenos de vanas pretenciones se fueron, queda vociferar mudamente la desgracia de ese ningún lugar.