jueves, 10 de abril de 2008

Cientos. ( José A. Gutierrez )

Príncipe. Amador. Estado cervical.
Un obsequio. Una entidad inundada de caos.
Cubierto entre cobijas de histeria y tormentas,
alberga centurias de horror perdonado.

La cáscara ácida del cielo prometido.

Envenena la conciencia de pulpa celestial,
como un eterno arrullo de dioses y bestias.
Maldice los últimos días al son de los trinares dulces y ejemplares.

Bajo el árbol que la tierra corroe, las sombras absorben
el valle de piel; el refugio del artrófico aletear es ahora
el trayecto de la humedad en estas vastas tierras,
entre arroyos de arena decretan el único sonido,
llega al oído un agonizante Cronos; similar al océano
agitando su cabello mientras hincha su pecho...

Dominando las ruinas de nuestro olimpo; nuestro cívico paraíso.

Edén construído a nuestras espaldas. Promesas ajenas a la palabra.
Entre planetas de papel, el sello de la carne es la moneda de lo oscuro.


Alza el alma tu cuerpo.
Izando los brazos como velas de sangre; los ojos corroídos a los vientos dirigidos,
un hombre en letargo sumido, retando a los mares que en la angustia existen solamente.

Inmensa nave de realidad y risas construída, conquistando tus manos,
reclamando para sí las tierras de la fe.

Un nombre olvidado... es mejor.

Madurez forjada. Endulza los horizontes ya digeribles
para nosotros.

( Pronto te dejaré ir. Inocencia. Ya las mariposas emigraron de mi estómago. -Nada-
Es más vital un baño de cuerpos que la vida misma ensuciando los placeres.
Míos y ajenos. Rompiendo más allá. )