martes, 17 de julio de 2007

La lluvia que esperaba

De la última lluvia vinieron las grietas
que me hicieron caer irreversiblemente,
las grietas que se llevaron el tiempo
con que busqué congojas monstruosas.

Pero de nada sirve haberlas encontrado,
porque aquí no hay nada de qué acongojarse,
porque este zoológico está perfecto, sin su razón de ser,
porque sé que apretando los ojos
veré la misma vieja fotografía,
retocada y retocada quién sabe desde cuándo.

Ahora soy feliz en este mosquerío
y no tengo miedo de apretar los puños,
ni arrancarme las vísceras,
o sacarme a gajos las fibras y la sangre.

No hay por qué temer a extirparse los huesos
cuando quedan las manos hediondas a escombro,
ni por qué resistir la presión de esta fiebre,
que hace a mi cráneo volverse millones de astillas,
en cada segundo que transcurre en esta tierra olor a cadáver.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

el poema es espantoso....... de bueno wn.......la dedadencia......la decadencia.........

Andrés Ibáñez Carrillo dijo...

¡Hasta cuando comentarios anónimos! No me dicen nada si afirman que es bueno sin argumentos.